sábado, noviembre 26, 2011

La Samotracia quería volar

 

Me acuerdo de la ubicación privilegiada de la Victoria Alada de Samotracia en el descanso de la escalinata principal de Louvre. Bueno, una de las más populares porque la mayoría de los turistas que solo van a ver las 5 cosas más importantes, entran por ella para ir más rápido y así visitar la ciudad luz en dos días. Cosa que yo con más de 25 años de visita aun no he conseguido y aun no la conozco en todo su esplendor, siempre queda algo por descubrir. Menos mal, París es París.
 
La Samotracia en el Louvre, es otro cantar.
 
Siempre he tenido la sensación que esta en una pista de despegue esperando un buen viento para hinchar las alas y volar, por eso cuando leí la noticia en Le Figaro, ese domingo lluvioso, no me extraño. Sabía que alguna vez algo así iba a pasar o fantaseaba con ello.

La primera vez que la vi, apoyada en el descanso de esa escalera de cuatro tramos, majestuosa, como dando la bienvenida a todo ser viviente que entrara por esos peldaños, me enamoró. Aunque tengo que reconocer, que  ha sido mi estatua preferida de la antigüedad, ya desde pequeña le tenia cariño cuando veía una foto de ella.

Por el  descanso que es su morada,  suben la mayoría de los visitantes al edificio, por ahí se va a la sección de pintura, no es de extrañar que la dirección decidiera ponerla ahí, a una de las esculturas más conocidas por el publico y mas significativa en la historia del arte.
Pero el turista normal, ¿sabia su historia? ¿Se daba cuenta que estaba atrapada en su propia fama? ¿Qué quería volver a ser libre?

Con solo verla una vez,  me di cuenta que se sentía enjaulada algo parecido a un gran escaparate sin cristales, pero como si los tuviera.

Ella, la que había precedido la quilla de un barco Helénico, surcando ese mar azul profundo que es el Egeo, donde el viento acariciaba sus alas casi extendidas y plegaba sus ropajes aun más con la erosión, que los cincelados por las manos del escultor creador.

¿En que tormenta sello su destino?, perdiéndose por los siglos en las profundidades oscuras del mar hasta que unos cazadores de tesoros la encontraran y pusieran en su jaula de cristal imaginaria que era el museo.

Ahora los turistas pasaban, se sacaban fotos con ella, la tocaban pero ¿la entendían? ¿Comprendían que  quería escapar?

“Cuando los guardas del museo entraron ese fin de semana a abrir las salas, se dieron cuenta que la estatua ya no estaba, que había desaparecido. Dos ventanas de la parte superior del gran espacio de la escalera estaban abiertas...”

Yo sonreí al terminar de leer la noticia, cerré el diario y termine el café. Ya no quería leer más, de las sospechas de la policía sobre los autores del robo, si había o no testigos.

Para mí, al fin la Victoria alada era libre, al fin era feliz.

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