miércoles, marzo 30, 2005

El caracol y el rosal

Cuento de Hans Christian Andersen
Alrededor del jardín había un seto de avellanos, y al otro lado del seto se extendía n los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en el centro del jardín crecía un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo vivía un caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazón, pues se llevaba a sí mismo.
–¡Paciencia! –decía el caracol–. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
–Esperamos mucho de ti –dijo el rosal–. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
–Me tomo mi tiempo –dijo el caracol–; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
–Nada ha cambiado –dijo–. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.
Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
–Ahora ya eres un rosal viejo –dijo el caracol–. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
–Me asustas –dijo el rosal–. Nunca he pensado en ello.
–Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?
–No –contestó el caracol–. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.

–Tu vida fue demasiado fácil –dijo el caracol.
–Cierto –dijo el rosal–. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.
–No, no, de ningún modo –dijo el caracol–. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
–¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
–¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
–¡Qué pena! –dijo el rosal–. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.
¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.

domingo, marzo 27, 2005

La caricia más profunda

De Julio Cortaza
En su casa no le decían nada, pero cada vez le extrañaba más que no se hubiesen dado cuenta. Al principio podía pasar inadvertido y él mismo pensaba que la alucinación o lo que fuera no iba a durar mucho; pero ahora que ya caminaba metido en la tierra hasta los codos, no podía ser que sus padres y hermanas no lo vieran y tomaran alguna decisión. Cierto que hasta entonces no había tenido la menor dificultad para moverse, y aunque eso parecía lo más extraño de todo, en el fondo lo que a él lo dejaba pensativo era que sus padres y sus hermanas no se dieran cuenta de que andaba por todos lados metido hasta los codos en la tierra. Monótono que, como casi siempre las cosas sucedieran progresivamente, de menos a más. Un día había tenido la impresión de que al cruzar el patio iba llevándose algo por delante, muy suavemente, como quien empuja unos algodones. Al mirar con atención descubrió que los cordones de los zapatos sobresalían apenas del nivel de las baldosas. Se quedó tan asombrado que no puedo ni hablar ni decírselo a nadie, temeroso de hundirse bruscamente del todo, preguntándose si a lo mejor el patio se habría ablandado a fuerza delavarlo, porque su madre lo lavaba todas las mañanas y a veces hasta por la tarde. Después se animó a sacar un pie y a darcautelosamente un paso; todo anduvo bien, salvo que el zapato volvió a meterse en las baldosas hasta el moño de los cordones. Dio varios pasos más y al final se encogió de hombros y fue hasta la esquina a comprar La Razón porque quería leer la crónica de una película. En general, evitaba la exageración, y quizá al final hubiera podido acostumbrarse a caminar sí, pero unos días después dejó de ver los cordones de los zapatos, y un domingo ni siquiera descubrió la botamanga de los pantalones. A partir de entonces, la única manera de cambiarse de zapatos y de medias, consistió en sentarse en una silla y levantar la pierna hasta apoyar el pie en otra silla o en el borde de la cama. Así conseguía lavarse y cambiarse, pero apenas se ponía de pie volvía a enterrarse hasta los tobillos y de esa manera andaba por todas partes, incluso en las escaleras de la oficina y los andenes de la estación Retiro. Ya en esos primeros tiempos no se animaba a preguntarle a su familia, y ni siquiera a un desconocido de la calle, si le notaban alguna cosa rara; a nadie le gusta que lo mirenfurtivamente y después piensen que está loco. Parecía obvio que sólo él notaba cómo se iba hundiendo cada vez más, pero lo insoportable (y por eso mismo lo más difícil de decirle a otro) era admitir que hubiera más testigos de esa lenta sumersión. Las primeras horas en que había podido analizar despacio lo que le estaba sucediendo, a salvo en su cama, las dedicó a asombrarse de esa inconcebible alienación frente a su madre, su novia y sus hermanas. Su novia, por ejemplo, ¿cómo no se daba cuenta por la presión de su mano en el codo de que él tenía varios centímetros menos de estatura? Ahora estaba obligado a empinarse para besarla cuando se despedían en una esquina, y en ese momento en que sus pies se enderezaban ,sentía palpablemente que se hundía un poco más, que resbalaba más fácilmente hacia lo hondo, y por eso la besaba lo menos posible y se despedía con una frase amable y liviana que la desconcertaba un poco; acabó por admitir que su novia debía ser muy tonta para no quedarse de un pieza y protestar por ese frívolo tratamiento.

En cuanto a sus hermanas, que nunca lo habían querido, tenían una unidad única para humillarlo ahora que apenas les llegaba al hombro, y sin embargo, seguían tratándolo con esa irónica amabilidad que siempre habían creído tan espiritual. Nunca pensó demasiado en la ceguera de sus padres porque de alguna manera siempre habían estado ciegos para con sus hijos, pero el resto de la familia, los colegas, Buenos Aires, seguían ahí y lo veían. Pensó lógicamente que todo era ilógico, y la consecuencia rigurosa fue una chapa de bronce en la calle Serrano y un médico que le examinó las piernas y la lengua, lo xilofonó con su martillito de goma y le hizo una broma sobre unos pelos que tenía en la espalda. En la camilla todo era normal, pero el problema recomenzaba al bajarse; se lo dijo, se lo repitió. Como si condescendiera, el médico se agachó para palparle los tobillos bajo tierra; el piso de parquet debía ser transparente e intangible para él porque no sólo le exploró los tendones y las articulaciones, sino que hasta le hizo cosquillas en el empeine. Le pidió que se acostara otra vez en la camilla y le auscultó el corazón y los pulmones; era un médico caro y desde luego empleó concienzudamente una buena media hora antes de darle una receta con calmantes y el consabido consejo de cambiar de aire por un tiempo. También le cambió un billete de diez mil por seis de mil. Después de cosas así no le quedaba otro camino que seguir aguantándose, ir al trabajo todas las mañanas y empinarse desesperadamente para alcanzar los labios de su novia y el sombrero en la percha de la oficina. Dos semanas más tarde ya estaba metido en la tierra hasta las rodillas, y una mañana, al bajarse de la cama, sintió de nuevo como si estuviera empujando suavemente unos algodones, pero ahora los empujaba con las manos y se dio cuenta de que la tierra le llegaba hasta la mitad de los muslos. Ni siquiera entonces pudo notar nada raro en la cara de sus padres o de sus hermanas, aunque hacía tiempo que los observaba para sorprenderlos en plena hipocresía. Una vez le había parecido que una de sus hermanas se agachaba un poco para devolverle el frío beso en la mejilla que cambiaban al levantarse, y sospechó que habían descubierto la verdad y que disimulaban. No era así; tuvo que seguir empinándose cada vez más hasta el día en que la tierra le llegó a las rodillas, y entonces dijo algo sobre la tontería de esos saludos bucales que no pasaban de reminiscencias de salvajes, y que limitó a los buenos días acompañados de una sonrisa. Con su novia hizo algo peor, consiguió arrastrarla a un hotel y allí, después de ganar en veinte minutos una batalla contra dos mil años de virtud, la besó interminablemente hasta el momento de volver a vestirse; la fórmula era perfecta y ella no pareció reparar en que él se mantenía distante en los intervalos. Renunció al sombrero para no tener que colgarlo en la percha de la oficina; fue hallando una solución para cada problema, modificándolas a medida que seguía hundiéndose en la tierra, pero cuando le llegó a los codos sintió que había agotado sus recursos y que de alguna manera sería necesario pedir auxilio a alguien. Llevaba ya una semana en cama fingiendo una gripe; había conseguido que su madre se ocupara todo el tiempo de él y que sus hermanas le instalaran el televisor a los pies de la cama. El cuarto de baño estaba al alado, pero por las dudas sólo se levantaba cuando no había nadie cerca; después de esos días en que la cama, balsa de náufragos, lo mantenía enteramente a flote, le hubiera resultado más inconcebible que nunca ver entrar a su padre y que no se diera cuenta de que apenas le asomaba el tronco del piso y que para llegar al vaso donde se ponían los cepillos de los dientes tenía que encaramarse al bidé o al inodoro. Por eso se quedaba en cama cuando sabía que iba a entrar alguien, y desde ahí telefoneaba a su novia para tranquilizarla. Imaginaba de a ratos, como en una ilusión infantil, un sistema de camas comunicantes que le permitieran pasar de la suya a esa otra donde lo esperaría su novia, y de ahí a una cama en la oficina y otra en el cine y en el café, un puente de camas por encima de la tierra de Buenos Aires. Nunca se hundiría del todo en esa tierra mientras con ayuda de las manos pudieran treparse a una cama y simular una bronquitis. Esa noche tuvo una pesadilla y se despertó gritando con la boca llena de tierra; no era tierra, apenas saliva y mal gusto y espanto. En la oscuridad pensó que si se quedaba en la cama podría seguir creyendo que eso no había sido más que una pesadilla, pero que bastaría
ceder por un solo segundo a la sospecha de que en plena noche se había levantado para ir al baño y se había hundido hasta el cuello en el piso, para que ni siquiera la cama pudiera protegerlo de lo que iba a venir. Se convenció poco a poco de que había soñado porque en realidad era así, había soñado que se levantaba en la oscuridad, y sin embargo, cuando tuvo que ir al baño esperó a estar solo y se pasó a una silla, de la silla a un taburete, desde el taburete adelantó la silla, y así alternando llegó al baño y se volvió a la cama; daba porsupuesto que cuando se olvidara de la pesadilla podría levantarse otra vez, y que hundirse tan sólo hasta la cintura sería casi agradablepor comparación con lo que acababa de soñar. Al día siguiente se vio obligado a hacer la prueba porque no podía seguir faltando a la oficina. Desde luego el sueño había sido unaexageración, puesto que en ningún momento le entró tierra en la boca, el contacto no pasaba de la misma sensación algodonosa delcomienzo y el único cambio importante lo percibían sus ojos casi al nivel del piso: descubrió a muy corta distancia una escupidera, suszapatillas rojas y una pequeña cucaracha que lo observaba con una atención que jamás le habían dedicado sus hermanas o su novia. Lavarse los dientes, afeitarse, fueron operaciones arduas porque el solo hecho de alcanzar el borde del bidé y trepar a fuerza de brazos lodejó extenuado. En su casa el desayuno se tomaba colectivamente, pero por suerte sus silla tenía dos barrotes que le sirvieron de apoyopara encaramarse lo más rápidamente posible. Su hermanas leían Clarín con la atención propia de todo lector de tan patriótico matutino, pero su madre lo miró un momento y lo encontró un poco pálido por los días de cama y la faltar de aire puro. Su padre le dijo que era lamisma de siempre y que lo echaba a perder con sus mimos; todo el mundo estaba de buen humor porque el nuevo gobierno que tenían, ese mes había anunciado aumentos de sueldos y reajustes de las jubilaciones. "Cómprate un traje nuevo -le aconsejó la madre-, totalpodéis renovar el crédito ahora que van a aumentar los sueldos". Sus hermanas ya habían decidido cambiar la heladera y el televisor; sefijó en que había dos mermeladas diferentes en la mesa, se iba distrayendo con esas noticias y esas observaciones, y cuando todos selevantaron para ir a sus empleos él estaba todavía en la etapa anterior a la pesadilla, acostumbrado a hundirse solamente hasta la cintura; de golpe vio muy cerca los zapatos de su padre que pasaban rozándole la cabeza y salían al patio. Se refugió debajo de la mesa paraevitar las sandalias de una de sus hermanas que levantaba el mantel, y trató de serenarse. "¿Se te cayó algo?", le preguntó su madre. "¿Los cigarrillos?", dijo él, alejándose lo más posible de las sandalias y las zapatillas que seguían dando vueltas alrededor de la mesa. Enel patio había hormigas, hojas de malvón y un pedazo de vidrio que estuvo a punto de cortarle la mejilla; se volvió rápidamente a sucuarto y se trepó a la cama justo cuando sonaba el teléfono. Era su novia que preguntaba si seguía bien y si se encontrarían esa tarde. Estaba tan perturbado que no pudo ordenar sus ideas a tiempo y cuando acordó ya la había citado a las seis en la esquina de siempre, para ir al cine o al hotel según les pareciera en el momento. Se tapó la cabeza con la almohada y se durmió; ni siquiera él se escuchóllorar en sueños. A las seis menos cuarto se vistió sentado al borde de la cama, y aprovechando que no había nadie a la vista cruzó él patio lo más lejosposible de donde dormía el gato. Cuando estuvo en al calle le costó hacerse a la idea de que los innumerables pares de zapatos que lepasaban a la altura de los ojos no iban a golpearlo y a pisotearlo, puesto que para los dueños de esos zapatos él no parecía estar allídonde estaba; por eso las primeras cuadras fueron un zigzag permanente, un esquive de zapatos de mujer, los más peligrosos por laspuntas y los tacos; después se dio cuenta de que podía caminar sin preocuparse tanto, y llegó a la esquina antes que su novia. Le dolía elcuello de tanto alzar la cabeza para distinguir algo más que los zapatos de los transeúntes, y al final el dolor se convirtió en un calambretan agudo que tuvo que renunciar. Pro suerte conocía bien los diferentes zapatos y sandalias de su novia., porque entre otras cosas lahabía ayudado muchas veces a quitárselos, de modo que cuando vio venir los zapatos verdes no tuvo más que sonreír y escucharatentamente lo que fuera ella a decirle para responder a su vez con la mayor naturalidad posible. Pero su novia no decía nada esa tarde, cosa bien extraña en ella; los zapatos verdes se habían inmovilizado a medio metro de sus ojos y aunque no sabía por qué tuvo laimpresión de que su novia estaba como esperando; en todo caso el zapato derecho se había movido un poco hacia adentro mientras elotro sostenía el peso del cuerpo; después hubo un cambio, el zapato derecho se abrió hacia afuera mientras el izquierdo se afirmaba en elsuelo. "Qué calor ha hecho todo el día", dijo él para abrir la conversación. Su novia no le contestó, y quizá por eso sólo en ese momento, mientras esperaba una respuesta tan trivial como su frase, se dio cuenta del silencio. Todo el bullicio de la calle, de los tacos golpeandoen las baldosas hasta un segundo antes: de golpe nada. Se quedó esperando un poco y los zapatos verdes avanzaron levemente yvolvieron a inmovilizarse; las suelas estaban ligeramente gastadas, su pobre novia tenía un empleo mal remunerado. Enternecido, queriendo hacer algo que le probara su cariño, rascó con dos dedos la suela más estropeada, la del zapato izquierdo; su novia no semovió, como si siquiera esperando absurdamente su llegada. Debía ser el silencio que le daba la impresión de estirar el tiempo, devolverlo interminable, y al a vez el cansancio de sus ojos tan pegados a las cosas iba como alejando las imágenes. Con un dolorinsoportable pudo todavía alzar la cabeza para buscar el rostro de su novia, pero sólo vio las suelas de los zapatos a tal distancia que ya nisiquiera se notaban las imperfecciones. Estiró un brazo y luego el otro, tratando de acariciar esas suelas que tanto decían de la existenciade su pobre novia; con la mano izquierda alcanzó a rozarlas, pero ya la derecha no llegaba, y después ninguna de las dos. Y ella, porsupuesto, seguía esperando.

sábado, marzo 26, 2005

Desaparecidos o casi

by Lucre Arrías

-Hola, me llamo Françoise Millar, soy de la Embajada Francesa, vengo a buscarte a ti y a tu hermano para reunirlos con vuestra madre. Vamos.
Hacia frió afuera, pero había un sol radiante. Después de tantos tiempo perdidos en la nada, era reconfortante sentir el sol. Nos ayudaron a subir en un coche y nos dirigimos a toda máquina por Figueroa Alcorta hasta el caserón de la embajada. Era tan temprano por la mañana, que ni un solo vehiculo se veía. Nos recibió la secretaria del cónsul, creo. No escatimaron en atenciones desde que nos recogieron en la casa de esa gente. ¿Quiénes serían?
Joaquín estaba a punto de no poder más, pero seguía resistiendo no se muy bien como. Lo acompañe a la habitación que le designaron. No se quería quedar solo. Le prepare el baño, aunque me dijo que ni pensaba meterse en el agua en toda su vida.
Pobre, tiene solo doce años. Lo que ha pasado es demasiado para cualquiera, en especial para una criatura. Cuando salí del baño para convencerlo, ya se había dormido vestido sobe la cama. Estaba agotado, ¿desde cuando no dormía? Le saque los zapatos y tape con el edredón. Me puse a observar la habitación.
Era cálida, entraba el sol por la ventana, nos habían encendido la chimenea. Me acerque a la ventana, se veía Cerrito con las obras de las benditas Autopistas de Cacciatore.
Joaquín dormía inquieto en su respiración, pero se lo veía tranquilo.
Yo me sentí agobiada encerrada en la habitación. Decidí pegarme yo ese baño.
El agua estaba muy caliente. Golpeaba el centro de mi cráneo la ducha suavemente deslizándose por mi cuerpo con dulzura. Había pasado tanto frió, que aquello era reconfortante. Me vestí con ropa nueva que me dejaron sobre el sofá de la habitación y baje para ver si me hacia con un café con leche caliente. Mi estómago no se daba cuenta que no lo había atendido como se lo merecía y me lo estaba reclamando.
Me tope con Elena, la secretaria del cónsul, que me ayudo con todo. Me hizo traer el tan ansiado café con leche caliente que me sentó de maravilla.
Nos metimos en una pequeña pero acogedora habitación, toda llena de flores y fotos. Era el estar íntimo del embajador, que usaba para relajarse de las largas sesiones de trabajo que su cargo le demandaba. Nos sentamos a charlar.
-¿Cómo estas? Necesitas algo más.
-No gracias, así esta todo bien. Tratando de volver a la realidad. ¿Sabe algo de mi padre?
-Esta en New York, cuando vosotros desaparecisteis, él aparentemente estaba en el teatro. Por lo que sabemos, cuando se enteró de lo sucedido por tus vecinos, automáticamente pidió asilo en la embajada de Canadá. En 48 horas estaba en Toronto y luego viajo a la gran manzana.
-¿Sabe que nos paso, como estamos, se interesó por nosotros?¿Ha tratado de buscarnos?
-No, la que estaba desesperada era vuestra madre. Ella ahora se encuentra en Parías, no ha dejado de tocar ninguna puerta, hasta intervino el Vaticano. Os espera allí.
-¿Nos vamos?
-Si, mañana saldréis en un vuelo especial de Air France.
-No me quiero ir, y mis cosas?
- Alicia, calma. La casa fue incendiada. Se dice que fue un cortocircuito pero no hay pruebas ciertas. No queda nada. Lo siento.
Mis cosas, ella siguió hablando, explicándome no se que cosas sobre lo que los militares decían, pero yo ya no la escuchaba. Me sentí atraída por el fuego en la chimenea. Las llamas se balanceaban unas contra otras, como si se mecieran juntas.
Se había quemado todo, mis libros, mis discos. Mi vida. ¿No me quedaba nada? No podía ser.! ¿Porque?
- Alicia, hay viene el embajador, quiere conocerte y hablar contigo.
La curiosidad me volvió a la realidad, y solo atine a sonreír.
-Mademoiselle, encantado, soy Ms. Alerou.
-Hola, y gracias por ayudarnos.
Me causo buena impresión. Era un hombre maduro, canoso de algo más de sesenta años, Me hizo acordar a mi abuelo. Lo sentí tan cariñosos al saludarme, como si lo conociera de toda la vida.
-No faltaba más, estamos tratando de localizar a su madre, para que hable con ella, pero por la diferencia horaria existe algún impedimento, ya se solucionará. En París ya están avisados de que estáis bien. En cualquier momento podrás hablar con ella. ¿Y tu hermano?
-Durmiendo en su cuarto.
-Mademoiselle Elena, porque no sube a haber si el niño esta bien o necesita algo, yo quiero hablar un rato a solas con Alicia.
-Bien, cualquier cosa me llaman.
Nos quedamos solos.


-Alicia, tienes que contarme lo que puedas recordar, habéis estado perdidos cinco días, nadie sabia nada de ninguno. La familia Blois que os encontró, vieron alejarse una camioneta militar del lugar luego de escuchar unos gritos. Necesitamos saber que paso.
-Solo cinco días, tan poco tiempo. Me pareció una eternidad. Cuando estuvimos allí, perdí la sensación del tiempo y del espacio. No se donde estuve. Siempre con la cabeza encapuchada. Lo único que se es que había más gente, pues se escuchaban gritos y lamentos, llantos.
Me estaba poniendo nerviosa y comencé a temblar.
-Prefieres hablar ahora o en otro momento, no te quiero presionar.
-No está bien, ahora está bien.
Cuanto antes deje salir los demonios que tenia dentro mejor, pensé.
Era preferible revivir los recuerdos cuando están frescos, así trato de recomponer mi mente pronto, para ver si consigo encontrar respuestas porque no se muy bien que paso.
-Bueno, si estuvimos desaparecidos cinco días, que día es hoy.
-Viernes.
-Casi una semana. El sábado yo fui a la facultad como siempre. Es el castigo de los de 1er. Curso, que tienen matemáticas los sábados por la mañana. Pero trate de volver temprano, le prometí a Joaquín llevarlo al cine después de comer. Papa estaba ensayando una nueva obra, así que casi no aparecía por casa.
-Sabes de que iba sobre lo que estaba escribiendo y donde ensayaba tu padre? Creemos que todo lo que os paso a vosotros se debió a eso.
-Donde no, pero la obra trataba de amores entre una guerrillera del ERP y un general en activo. Eso si lo se, porque la leí. El tema no era muy feliz para lo que sucedía alrededor, por lo que ensayaba en casa de amigos, cambiando constantemente de dirección. Así que no se donde estuvo ese fin de semana. La verdad, es que estaba dispuesto a estrenarla aunque causar revuelo aquí o donde fuera. Su obra está muy reconocida en el exterior como usted sabrá. ¿Y él como está?
-Bien, antes de partir dejo una persona encargada de buscarlos de la embajada de Canadá. Ella se puso en contacto con nosotros y tengo que reconocer que ha sido de mucha ayuda para encontrarlos a ustedes.
-Dejemos a mi padre. Cuando volvimos del cine ya era de noche. Nos encontramos con una nota de nuestro vecino, de que nos pasáramos por su casa. Fui sola, Joaquín se quedo, pues quería ver un programa en la tele.
El vecino me comento, que a la tarde estuvieron buscando a mi padre unos que eran o decían eran de la Federal. Como no encontraron a nadie, estuvieron haciendo preguntas por el barrio sobre él, nosotros, sobre quien nos visitaba, que hacíamos, etc. Dejaron el mensaje que volverían mas tarde. Me pidió que tuviéramos cuidado y que avisáramos a mi padre.
-¿lo hiciste?
-¿Qué, lo del cuidado o avisar a mi padre?
-Lo segundo.
-No, no sabia donde estaba, y en cuanto a cuidarnos creo que no.
Estuvimos hablando con Joaquín sobre todo y decidimos quedarnos en casa por si volvían. Ya les diríamos que no sabíamos nada de papa, no queríamos ocultarnos.
El domingo no se muy bien a que hora, Joaquín hacia los deberes para el cole y yo estaba planchando. Debía de ser de noche. Tocaron el timbre, pero no me dieron tiempo a abrir. Cuando dije ya va, de golpe sentí el estruendo de la puerta rota de una patada, un grupo de tipos todos vestidos de verde, con pasamontañas en la cabeza, con armas automáticas y gritando, entraron de repente. Yo me quede paralizada, con el cañón de un arma sobre mi frente.
Un tipo gritaba preguntando donde estaba mi padre, otro entraba en el cuarto de Joaquín y le sacaba de los pelos. No se todo ocurrió de prisa, no se.
-Calma, tomate tu tiempo. ¿Querés seguir?
-Si, prefiero hablar de esto mientras el pequeño duerme, ya paso demasiado.
Ya no tengo recuerdos coherentes. Todo es confuso de aquí en adelante. Escuche que alguien decía a mi espalda “nos llevamos a estos, seguro que saben algo” Me taparon los ojos y ataron mis manos. Nos arrastraron por la escalera a empujones. Me subieron a un camión o camioneta, lo se por la forma de subir, pero perdí el conocimiento pues me di contra algo en la cabeza, así que no se cuanto tiempo estuvimos ahí. Cuando desperté, no se donde estaba y nunca lo supe. Lo único que puedo decir que tenia pinta de sótano por la humedad que había ahí. Se sentía en el aire. Estaba sola. Me desesperé pensando en Joaquín, pero tenía tal dolor de cabeza del golpe que me había dado, que me volví a dormir.
Me sobresaltaron los gritos de gente que no conocía y solo hacia preguntas, otros se los escuchaba llorar, otros pedía compasión, otros que no les pegaran mas. Era horrible. Era como estar en el infierno de Dante, sin estarlo. Posiblemente aquello era peor.
Lo que más recuerdo era mi dolor de cabeza, todo me daba vueltas y la espalda sobre el piso húmedo ni la podía mover. No me podía levantar de ninguna manera, lo intente, pero no tenia fuerzas así que desistí, y me quede tirada en el piso. Recuerdo que me sentía con vértigo, como cuando uno se sube a una montaña rusa, que yo las odio. Era espantoso.
Con el tiempo, todo se volvió silencio. Ni se cuanto tiempo paso. Intenté activar mis brazos dormidos por las ataduras, y mover algo mi cuerpo. Pero fue imposible. Lo único que daba vueltas era mi cerebro tratando de comprender donde estaba, quien eran esos hombres y que querían. ¿Dónde estaba Joaquín?

La charla con el embajador siguió mucho rato, pues cuando quise darme cuenta tuvo que volver a poner troncos en la chimenea pues se había casi apagado.
-Sr. Alerou, nos es imposible comunicarnos con París, pero lo seguimos intentando. Tiene una llamada del Sr. Blois. ¿La atiende en su despacho?- dijo Mademoiselle Elena de repente.
-Si, ahora voy. Alicia porque no tomas otro café, yo no tardo nada.
-Gracias, no, estoy bien. Lo espero.

Me quede sola en la salita, viendo quemar los troncos y pensando.
El señor ese que le llama creo que era el que nos encontró. Durante todo el tiempo del infierno, recuerdo que nunca supe donde estaba el pobre de Joaquín. Pobre mi niño. Con solo doce años. Creo que le va a costar mucho olvidarse de esta. Estos hijos de p…con lo que nos tenían preparado para nuestra despedida. ¿Quien les meterá las ideas en el cuerpo? Las sacarán de algún best seller de moda o las verán en la tele.
Me habían contado historias de lo que estaba pasando en la facultad pero nunca me las creí del todo. Hasta que no vives una cosa así. Hasta que no tienes la sensación que te van a matar y no sabes muy bien porque.
Las patadas para que te muevas, de vuelta a subirse a un camión, el silencio y frió del campo, escucharlos decir que nos llevaban a un pelotón de fusilamiento.
Y ni enterarte porque.
Sentir que nos ponían contra una pared, que cargaban sus armas, que uno gritaba, “preparados, listos….” Y mi corazón casi paralizado. ¿Qué habrá pensado Joaquín?
Recuerdo eso si, que lo único que escuche en un instante cuando pensaba que iba a sentir la muerte en mi cuerpo, el sollozo de Joaquín junto a mi. Y no le podía abrazar y menos hacer nada, de nada.
Todo eso es una locura, por Dios.
Y cuando todo lo dábamos por perdido, al grito de fuego el silencio.
Los segundos y más silencio.
Se que apreté los dientes contra mis labios como para soportar el inmenso dolor que se me avecinaba, el que me marcaría mi camino a la nada, pues tragué sangre.
Y eso fue lo que sentía, nada.
Y más silencio hasta que un coro de risas infames vino a mis oídos, una orden de irse y un aliento que sentí frente a mi, que se acercaba a mi oído para susurrarme “cuando veas a tu padre cuéntale lo que le espera si cae en nuestras manos”
-Alicia, tu madre al teléfono. Ven por aquí.
-Hola mama.. si ahora estamos bien. Esta gente nos ha ayudado mucho… Joaquín duerme, pero esta bien o eso creo… Mañana viajamos para allá. .. Ya tendremos mucho tiempo para hablar… Ahora estamos bien, en serio mama… pero todo esto no se lo deseo a nadie… y papa?

viernes, marzo 25, 2005

Presentimientos

By Lucre Arrías

De repente sintió un escalofrió que le recorrió la espalda. Se sorprendió bastante.
Estaba en una playa inmensa, pasando sus vacaciones en la isla de sus sueños, relajado, sin pensar en nada especial. ¿A qué venia eso ahora?
Se levanto de un salto de la tumbona. Estaba seguro que algo había pasado, lo sentía, pero que.
No tenía su móvil a mano, era de locos querer desconectar del mundo e irse de vacaciones con el teléfono. Igualmente estaba tan lejos de casa que no hubiera tenido cobertura.
Decidió volver al hotel.
-Es lo mejor, debo llamar a casa, algo paso- pensó mientras recogía sus tesoros en vacaciones, un buen libro, el discman con su música preferida y la toalla.
No necesitaba nada más. Tenía pocos días libres al año, cuando lograba irse lejos no llevaba muchas cosas en la maleta. Varios libros que devoraba sin cesar, muchos cd con mp3 y la ropa justa para que el peso de la maleta no le tuerza la espalda.
Con los años, cada vez que viajaba llevaba menos cosas sobre todo ropa. Se había dado cuenta que al volver había usado solo la mitad o menos.
Se sintió bastante incomodo toda la caminata de regreso. No dejaba de darle vueltas a la cabeza sin llegar a ninguna conclusión coherente de porque había tenido ese presentimiento.
Antes de ir a su habitación consulto en la recepción como llamar al extranjero. El conserje le pregunto donde, recordándole la diferencia horaria.
Tenia razón, allá todo el mundo estaría durmiendo. Debería esperar para llamar a una hora decente. Si lo hacia en ese momento, solo encontraría incoherencias de respuestas.
Sabia lo que era que le despertaran a uno en la madrugada, costaba bastante volver a la realidad y tener una conversación fluida estando totalmente dormido. Esperaría unas horas.
De repente se le ocurrió leer su correo electrónico, si había pasado algo seguro que alguien le escribió.
Ya había pasado más veces. Vivía tan lejos de su casa familiar que todas las malas como las buenas noticias de los últimos años, se las había enterado por el correo electrónico. No le gustaba mucho esto, pero ya se resignaba a ello. Creía fervientemente que para mucho en su familia, bastantes parcos por lo general, les resultaba más fácil escribir tres líneas en un correo que hablar por teléfono.
Consulto sobre esta posibilidad, comprobando que el único del hotel que tenia acceso a Internet era el director, aunque en ese momento estaba en una reunión en el pueblo.
Explico su problema, aunque no dijo que era un presentimiento, para que le prestaran el ordenador de la dirección.
-Porque no va a almorzar, en cuanto vuelva el director le aviso, seguro le deja ver el correo en su ordenador- le dijo el conserje.
- Bien, estaré en la terraza.-
Ahora no hacia nada más. No tenía mucho hambre, pero acepto la sugerencia dirigiéndose fuera.
No se sentía bien, estaba incomodo pero intento relajarse tomando un zumo y viendo su paisaje soñado.
Al rato, apareció el conserje para llevarlo a la oficina del director, había vuelto.
Amablemente le hicieron pasar al despacho privado, le dejaron sentarse frente al ordenador ofreciéndole su ayuda, por si no sabía usarlo muy bien.
Con una sonrisa la descarto, comenzando a teclear su dirección para acceder a su webmail.
El director cortésmente hizo una señal al conserje para que se retirara, caminando al otro extremo de la oficina para dejarle solo con su correo.
El corazón le latía aceleradamente, el correo se tomaba su tiempo para abrirse.
Cuando hubo bajado todo, comenzó a leer los encabezados a ver que había. Publicidad, una reunión anulada, chistes de los amigos, etc. etc. Lo mismo de siempre, basura.
De repente lo vio, un mail de su sobrina desde USA.
Se quedo paralizado, ella sabia que se iba de vacaciones, si le escribía era porque había pasado algo. No lo terminaba de abrir.
Se apoyo contra el respaldo de la silla resoplando. El director volvió la cabeza preguntando si estaba todo bien.
Su respuesta fue seca, - si, si, gracias- y volvió a acercarse al teclado para leer ese correo.
Tomo coraje y le abrió. Su cara se iba descomponiendo mientras leía.
-¿Malas noticias?- Pregunto el director que le observaba de lejos preocupado.
Suspiro, apagando el ordenador, le contesto que si, pero no le dijo mas nada, no podía hablar.
El director se acerco, le hizo un gesto cariñoso ofreciéndole su ayuda si la necesitaba. Le pareció sincero, pero la rechazo con una sonrisa forzada, le dio las gracias por todo y salio para su habitación.
Tres líneas habían confirmado sus temores, su tía preferida Elvira, su segunda madre como la llamaba, con un cáncer terminal de pulmón, había tenido una crisis y luego de dos días en el hospital con respiración asistida, fallecía.
Lo único que la distancia le permitía en ese momento era llorar y lo haría a solas en su habitación. Las vacaciones soñadas habían terminado.