martes, enero 29, 2008

Pequeño cuento de amor

Por Alberto Pisa Allué

Érase una vez un universo oscuro, un universo negro, un universo helado y matemático.

No se sabe por qué, dos estrellas se miraron y se enamoraron. Tan grande y hermoso fue su amor que dejaron de describir infalibles órbitas elípticas para dibujarse tiernos corazones entrelazados.

Se querían tanto..., pero la distancia era grande, y no podían acariciarse ni besarse. ¡Si por un solo instante pudieran estar juntas! Pero eso estaba prohibido en un universo oscuro, en un universo negro, en un universo helado y matemático.


Aun así no se resignaron a vivir separadas, alejadas por un denso y silencioso vacío; así que decidieron quebrantar la eterna ley del perfecto y ordenado universo. Con un cómplice guiño se salieron de sus órbitas convirtiéndose en dos estrellas fugaces, dirigiéndose a un mismo destino a la velocidad del deseo y el cariño

Tan solo querían besarse; sabían que ése sería su primer y último beso, pero a pesar de ello continuaron vertiginosas su sendero suicida..., hasta que se encontraron, fundiéndose en un luminoso y bello abrazo de amor y de muerte. Fue el precio tuvieron que pagar por quererse en un universo oscuro, en un universo negro, en un universo helado y matemático.

Ellas fueron las primeras, pero si alguna noche de verano, mirando el cielo, ves una estrella fugaz, piensa que en algún lugar hay otra, que están enamoradas, y que aunque vivamos en un universo oscuro, en un universo negro, en un universo helado y matemático, lograrán encontrarse, se besarán por un instante nada más y desaparecerán entre destellos de amor y ternura

domingo, enero 20, 2008

La madre loca

Hace mucho, mucho tiempo, vivían en una aldea dos mujeres jóvenes que no habían tenido la suerte de tener ni hijos, ni hijas. Había un dicho según el cual "una mujer sin hijos era una fuente de desgracias para la aldea".

Un día, una señora vieja golpeó a su puerta para pedir comida. Las mujeres jóvenes la recibieron con mucha amabilidad y le dieron de comer y ropa para vestirse. Después de comer y extrañada por el silencio y la ausencia de voces infantiles, la anciana les pregunto:

- ¿Dónde están vuestros hijos?

- Nosotras no tenemos hijos, n hijas y por eso, para no causar desgracias a la aldea nos pasamos el día fuera del pueblo.



Entonces, les dice la señora:

- Yo tengo una medicina para tener hijos, pero después de haber dado a luz, la madre se vuelve loca.

Una de la mujeres le contestó que aunque enfermase ella sería feliz por haber dejado un niño o una niña en la tierra. En cambio, la segunda le dijo que no quería enloquecer por un hijo.

La señora vieja dio la medicina solo a la que se lo pidió.

Después, algunos años más tarde la señora vieja regresó al pueblo y se encontró a las dos mujeres jóvenes. La que no había tomado su medicina le dijo: "Tu nos dijiste que quien tomara la medicina se volvería loca, pero mi hermana la tomó, tuvo una hija y no enfermó"

Y la anciana le respondió: "Volverse loca no quiere decir que se convertiría en una persona que anduviera rasgándose las ropas o que pasara todo el día mirando a las nuves como si paseara por el aire ; lo que yo quise decir es que una mujer que da a luz un niño o una niña estará obligada a gritar todo el tiempo, para a continuación no parar de reir, llorará por la criatura, le pegará, le amará… Éso es él ser madre y volverse loca.

viernes, enero 11, 2008

Sobre las maldad de las mujeres

De Las mil y una noches

Me he enterado, ¡ oh rey!, que una mujer, hija de mercaderes, estaba casada con un hombre que viajaba mucho. Una vez, el marido partió para lejanas tierras y estuvo ausente durante mucho tiempo. Su ausencia empezaba a ser demasiado larga para ella, y así se enamoró de un hermoso joven, hijo de mercaderes. Lo amaba y era correspondida. Un día el joven se peleó con un hombre, y éste se quejó de él ante el gobernador de la ciudad, que lo mandó encarcelar. La noticia llegó hasta su amante la mujer del mercader, que se indignó sobremanera. Se puso sus mejores vestidos, fue a casa del gobernador y le entrego un escrito que decía: "Aquel a quien has encarcelado y reducido a prisión es mi hermano, fulano, que se ha peleado con mengano; pero las personas que testimoniaron contra él dieron falso testimonio, por lo cual ha sido encarcelado injustamente. Ahora bien, yo no tengo a nadie que mire y vele por míí. Por eso pido la gracia de nuestro señor que mi hermano sea puesto en libertad".

Cuando el gobernador leyó el escrito, la miró y se enamoró de ella y le dijo: "Entra en la casa mientras yo le mando traer a mi presencia. Luego te llamaré y te lo lo podrás llevar". "Mi señor -le contestó la mujer-- yo sólo puedo confiar en Dios (¡ensalzado sea!), pues soy extranjera y, por consiguiente, no puedo entrar en casa de nadie". "No lo pondré en libertad hasta que hayas entrado en mi casa y yo haya satisfecho mis deseos en tí". "Si es esto lo que quieres, sólo podrás conseguirlo viniendo a mi casa: allí te sentarás, dormirás y descansarás durante todo el día". ¿"Dónde está tu casa?" En tal sitio". Y tras decir esto salió, mientras el gobernador se quedaba con el corazón en llamas.

La mujer, después de salir, se dirigió al juez del lugar y le habló así: "Señor nuestro, cadí". "Aquí estoy examina mi causa, y ¡Dios te dará la recompensa. "Quién te ha causado mal?", preguntó el cadí. Mi señor: tengo un solo hermano. Me ha encargado que venga a verte porque el gobernador lo ha encarcelado ya que dieron falso testimonio contra él diciendo que había cometido un abuso. Yo sólo te pido que intercedas por mi junto al gobernador". El cadí la miró con atención, se enamoró de ella y le dijo: "Entra en casa junto a las mujeres y descansarás un rato con nosotros. Entretanto, yo mandaré decir al gobernador que ponga en libertad a tu hermano. Si supiera la cantidad que debe, la pagaría por satisfacer mi pasión contigo, pues tú, con tu hermosa manera de obrar, me has gustado". "Si tú, nuestro señor obras así, ya no pueden hacérsele reproches a nadie más". "Si no quieres entrar en mi casa -prosiguió el cadí, sigue tu camino." "Si verdaderamente, mi señor, quieres que sea así, en mi casa la cosa será más disimulada y mejor que en la tuya, donde hay mujeres y criados y gentes que entran y salen. Yo soy una mujer inexperta en tales asuntos, pero la necesidad me obliga a hacerlo". "¿Dónde está tu casa?", le preguntó entonces el cadí. "En tal sitio", le contestó la mujer; y le dio cita mismo día en que habia citado al gobernador.

Luego, tras salir de la presencia del cadí fue a casa del visir al que contó su historia y le expuso la necesidad que tenía de que pusieran en libertad a su hermano, al que el gobernador había encarcelado. El visir la solicitó y le dijo: "Hemos de satisfacer nuestros deseos en ti y luego mandaremos poner en libertad a tu hermano". "Si solo quieres eso, sea, pero en mi casa, donde la cosa estará más oculta para mí y para ti. La casa no está lejos y tu bien sabes cuánta limpieza y comodidad son necesarias". "Dónde está tu casa?", preguntó el visir. "En tal sitio." Y lo citó para el día de marras. Salió de ver al visir y se diriguió a ver al rey de la ciudad, le expuso su caso y le pidió que pusiera en libertad a su hermano. "¿Quién lo encarceló, le preguntó el rey. "El gobernador." Mientras escuchaba sus palabras, su corazón quedó preso de pasión por ella y le mandó entrar con él en el palacio hasta que hubiera enviado a decir al gobernador que pusieran en libertad a su hermano. "Esto, ¡oh rey! -le dijo la mujer--, te es fácil obtenerlo sea con mi voluntad, sea contra ella. Si el rey quiere eso, yo me considero honrada, pero si el rey viene a mi casa me honrará trasladando allí sus nobles pasos, como dice el poeta:

Mis dos amigos, ¿habéis visto u oído hablar de la visita de aquel cuyas nobles cualidades se han revelado junto a mí?"

"No he de contrariarte en eso", concluyó el rey. Y la mujer le señaló el mismo dia que a los otros y le indicó dónde estaba su casa.

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.Cuando llegó la noche quinientas noventa y cuatro, refirió:

-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir siguió :] «Al salir de la presencia del rey, fue a ver a un carpintero y le dijo: "Quiero que me hagas un armario de cuatro pisos, uno encima de otro, cada piso con ta que cierre. Dime cuánto te debo y te pagaré". "Cuesta cuatro dinares; pero si tú, respetable señora, me concedes tus gracias, esto es lo que yo quiero y nada te cobraré." "Si así ha de ser, entonces házmelo de cinco pisos, con sus correspondientes cerraduras." "De mil amores", le contestó el carpintero, y ella le pidió que llevara el armario el día señalado. "Señora -observó el carpintero, siéntate aquí y en seguida tendrás lo que necesitas. Luego yo iré a tu casa". Ella se sentó en su casa hasta que acabó el armario de cinco pisos; luego se fue a su casa y lo puso en el salón. A continuación tomó cuatro vestidos, los llevó al tintorero y mandó qve se los tiñiera cada uno de un color distinto, y despues se puso a preparar guisos, bebidas, perfumes, frutas y substancias olorosas. Cuando llegó el día de la cita se puso su más lujoso vestido, se embelleció y se perfumó, extendió en el suelo del salón magníficas alfombras y se sentó a esperar al que llegara.

El cadí llegó antes que los demás. Cuando lo vió ella se levantó, besó el suelo ante él, y luego lo cogió y lo hizo sentar en el diván y se echó con él a dívertirse. Mas cuando el cadí quiso satisfacer su deseo, ella le indicó mi señor, quitate el vestido y el turbante y ponte esta túnica amarilla y este velo sobre tu cabeza. Entretanto, yo traeré comidas y bebidas, y después podrás satisfacer tu deseo. Ella cogió sus vestidos y su turbante mientras él se ponia lá túnica y el velo sobre la cabeza. En aquel momento, alguien llamó a la puerta. "¿Quién llama a la puerta?", le preguntó el cadí. "Es mi marido." "¿ Qué vamos a hacer? ¿Dónde iré?" "No temas, te meteré en este armario". "Haz lo que mejor te parezca", concluyó el cadí. Y ella entonces, lo tomó de la mano, lo introdujo en el piso inferior del armario y cerró la puerta. Acto seguido fue a abrir: era el gobernador. Cuando lo vió besó el suelo ante él, lo cogió de la mano y lo hizo sentar en el diván diciéndole: "Señor mio, ésta es tu casa y esta habitación es como si fuese la tuya: yo soy tu esposa y una de tus criadas. Todo el día de hoy estarás conmigo. Por lo tanto, quitate los vestidos que llevas y ponte este encarnado, que es un vestido de noche". Le puso en la cabeza un retal de trapo y, después de haber recogido sus vestidos, se echó en el diván junto a él; él jugó con ella y ella jugó con él, y cuando él alargó la mano hacia ella ésta le dijo: "Señor nuestro, este día es tuyo por completo, nadie lo compartirá contigo. Pero, por tu gracia y favor, escríbeme una nota para que saquen a mi hermano de la cárcel y así yo quedaré tranquila". "Oír es obedecer: me parece magnífico", y escribió una carta a su tesorero en la que le decía: "Apenas recibas este escrito, pon en libertad a fulano sin dilación ni retraso, y no digas ni una palabra al portador de la presente". Cuando la hubo sellado, ella la cogió y se puso de nuevo a jugar con él sobre el diván.

En Aquel momento alguien llamó a la puerta. "¿Quién será?" le preguntó el gobernador. "Mi marido." "¿Qué debo hacer?" Meteté en ese armario hasta que consiga echarlo y vuelva junto a ti." Lo cogió y le hizo entrar en el segundo piso y luego cerró la puerta. Todo esto ocurrió mientras el cadí escuchaba lo que decía la mujer. Entonces ella se dirigió a la puerta y la abrió: el recién llegado era el visir. La mujer besó el suelo ante él lo recibió, lo sirvió y le dijo: "Nos honras con tu visita a esta casa, señor nuestro. ¡Dios no nos estropee esta ocasión". Lo hizo sentar en el diván y le dijo: "Quitate este vestido y el turbante y pónte este traje holgado". él se desvistió y la mujer le hizo ponerse una túnica azul con capucha, roja. "Señor nuestro, quitate los vestidos de visir: en este, momento éstos son los vestidos para el convite, para estar, alegre y para dormir". Cuando el visir se los hubo puesto, empezaron a juguetear sobre el diván, pero él quería satisfacer sus deseos, mientras que la mujer se lo impedia. "Hay tiempo, mi señor", le decía. Mientras estaban hablando, alguien llamó a la puerta. "¿Quién es?", le preguntó el visir. "Mi marido", contestó la mujer. "¿Qué vamos a hacer?" "Levántate y métete en ese armario hasta que yo pueda echar a mi marido y pueda volver junto a ti, y no temas", y así le hizo entrar en el tercer piso del armario, y después de haberlo cerrado, salió a abrir: era el rey. Apenas lo vio, la mujer besó el suelo ante él, lo tomó de la mano y le hizo entrar en la testera del salón. Le mandó sentarse en el diván y le habló: "Me has honrado, oh, rey! Si te ofreciésemos el mundo y todo lo que contiene, eso no equivaldría ni a uno solo de los pasos que has dado para venir a verme".

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso. Cuando llegó la noche quinientas noventa y cinco refirió:

-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir siguió:] «Después de que el rey se hubo acomodado el diván, la mujer le dijo: "Permite que te diga una sola palabra". "Habla y di lo que quieras." "Descansa mi señor, y quítate el vestido y el turbante." Los el rey 'llevaba aquel día valían mil dinares, y la cuando se los hubo quitado, le puso un vestido usado que sólo valía diez dirbemes, ni uno más. Luego empezó a divertirse y a juguetear con él. Y todo esto ocurría mientras los que estaban en el armario oían lo que hacían los dos, pero no podían hablar. Cuando el rey alargo la mano hacia el cuello de la mujer queriendo satisfacer sus deseos, ella observó: "Tiempo no nos falta. Yo ya te prometí todo eso, y obtendras de mí lo que te alegrará." Mientras estaban hablando alguien llamo a la puerta. ¿Quién será?", preguntó el rey. "Es mi marido."Echalo por las buenas, pues si no lo echaré yo por la fuerza". De ninguna manera !oh, mi señor¡ : ten paciencia mientras lo echo valiéndome de mi experiencia." "Y yo que haré?. Entonces la mujer lo cogió de la mano y lo hizo entrar en el cuarto piso del armario y cerró tras él. Fue a abrir y era el carpintero. Una vez dentro la saludó y ella le preguntó: "¿Qué armarios son esos que me has hecho?. "¿Qué tiene mi seiñora?" "Este piso es estrecho." "Que no, es ancho." "Entra tú mismo y échale una mirada: ya verás como no cabes en él." "Caben cuatro personas" y tras decir esto, el carpintero se metió en él, y ella cerró la puerta del quinto piso. Entonces la mujer coguió el mensaje del gobernador y fue a ver a su tesorero, que lo cogió, lo leyó, lo besó y puso en libertad al amante de aquella mujer. ésta le contó cuanto había hecho, y él le preguntó "Y ahora, ¿qué vamos a hacer?" "Nos trasladaremos a otra ciudad: después de lo hecho no debemos permanecer aquí." Prepararon lo que tenían, lo cargaron sobre camellos y acto seguido partieron para otra ciudad.

Entretanto, las cinco personas permanecieron tres días en los compartimientos del armario sin comer, y tenían urgente necesidad de orinar, pues no lo hacían desde tres días atrás. Y así, el carpintero orinó sobre la cabeza del sobre la del visir, el visir sobre el gobernador, y el gobernador sobre el cadí. Este último empezó a gritar: "¿Qué es esta porquería? ¿No nos basta la situación en que nos hallamos para que os orinéis encima?" "Dios aumente tu recompensa, cadí", dijo el gobernador, levantando la voz, y al oírle, el cadí reconoció que era el gobernador. Este a su vez, chilló: "¿Qué porquería es ésta? "Dios aumente tu recompensa, goberuador", exclamó en voz alta el visir". Y el gobernador, al oírle reconoció que era el visir. Y éste también preguntó a gritos que era aquella porquería, a lo cual el rey levantó la voz y dijo: "Dios haga aún mayor la recompensa para ti, visir". Luego, cuando el rey hubo oído las palabras del visir, lo reconoció, calló y no reveló su personalidad. "Dios maldiga a esa mujer por lo que nos ha hecho exclamó el visir--. Nos ha traido a su casa a todos los grandes dignatarios del Estado excepto al rey." "Callad -replicó el rey al oirle hablar de este modo; yo he sido el primero en caer en la red de esta perversa prostituta." El carpintero, cuando oyó tales palabras, les dijo: "¿Y yo qué culpa tengo? Yo construí para ella este armario por cuatro dinares de oro y vine a cobrar el precio. Ella ha obrado astutamente conmigo y me ha hecho entrar en este compartimiento, y lo ha cerrado a mi espalda". Y se pusieron a hablar entre sí y consólaron al rey y lograron hacerle olvidar su tristeza.

Entretanto, los vecinos de la casa acudieron y hallaron la casa vacía. Pero uno de ellos observó dirigiendose a otro: "Ayer estaba nuestra vecina, la mujer de fulano; pero ahora no se oye la voz de nadie ni se ve a persona alguna. Derribad estas puertas y ved qué es lo que ocurre en realidad, para que el gobernador o él rey, cuando se enteren de esto, no nos metan en la cárcel y tengamnos que arrepentimos de no haberlo hecho antes". Y, en efecto, los vecinos echaron abajo las puertas, entraron y encontraron el armario de madera en el que había varios hombres que se quejaban de hambre y de sed. "¿Acaso hay genios en esta casa?", se preguntaron. "Recojamos leña -dijo uno de ellos- y prendámosle fuego."No lo hagáis", les gritó el cadí.

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso. Cuando llegó la noche quinientas noventa y seis refirió:

-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir' siguió:] «Los vecinos se decían: "Los genios tomán forma humana y hablan como los hombres". Cuando el cadí les oyó hablar así, recitó algunos versículos del Corán y les dijo: "Acercaos al armario en que nos hallamos". Así lo hicieron y él continuó: "Yo soy fulano, y vosotros sois mengano y zutano. Aquí dentro estamos más de uno." ¿Quién te trajo aquí? -preguntaron los vecinos -Dinos cómo fue la cosa." Entonces les informó del asunto desde el principio hasta el fin, y los vecinos mandaron a un carpintero que abrió el compartimiento del cadí, y lo mismo hizo por el gobernador, el visir, el rey y el carpintero: cada uno llevaba él vestido que le había dado la mujer, y cuando estuvieron fuera se miraron y se rieron unos de otros. A continuación salieron y buscaron a la mujer; pero no vieron ni rastro de ella. Y como se había marchado con todo lo que llevaban encima, cada uno mandó a buscar un vestido a su casa. Los trajeron, se taparon y salieron a presencia de las gentes.

Ves, pues, mi señor, de qué ardid se valió aquella mujer con aquella gente.