jueves, julio 02, 2009

Fábula del asno, el buey y el labrador

del libro Las mil y una noches...

“Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ga-nado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los len-guajes de los animales y el canto de los pájaros. . Habitaba este comerciante en un país fértil, a ori¬llas de un río. En su morada había un asno y un buey.
Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre ha¬bía cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asun¬to urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: “Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansando, des¬pués de comer cebada bien cribada! Si el amo, te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cam¬bio yo me reviento arando y con el trabajo del molino.” El asno le acon¬sejo: “Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al esta¬blo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo.”
Pero el comerciante seguía presen¬te, oyendo todo lo que hablaban.
Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo. En¬tonces el amo dijo al mayoral: “Coge al asno y que are todo el día en lu¬gar del buey.” Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.



Al anochecer, cuando el asno re¬gresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arre-pentido.
Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno le dijo: “Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me ha per¬judicado el hacer beneficio a los de¬más.” Y en seguida añadió: “Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán al matarife si no te le¬vantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo.”
El buey, cuando oyó estas pala¬bras del asno, le dio las gracias nue¬vamente, y le dijo: “Mañana reanu¬daré mi trabajo.” Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamio el recipiente con su lengua.
Pero el amo les había oído hablar. En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la puer¬ta.Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vio a su amo empezó a menear la cola, y a galopar en to¬das direcciones como si estuviese lo¬co. Entonces le entró tal risa al co¬merciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: “¿De qué te ríes?” Y él dijo: “De una cosa que he visto y oído; pero no la puedo descu¬brir porque me va en ello la vida.” La mujer insistió: “Pues has de contármela, aunque te cueste morir.” Y él dijo: “Me callo, porque temo a la muerte.” Ella repuso: “Entonces es que te ríes de mí.” Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran per¬plejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, así como al kadí y a unos testigos. Quiso ha¬cer testamento antes de revelar el se¬creto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno, madre de sus hijos, y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurri-do, diciendo que moriría en cuanto reve¬lase el secreto. Entonces toda la gen¬te dijo a la mujer: “¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el pa¬dre de tus hijos.” Pera ella replico: “Aunque le cueste la vida no le de¬jaré en paz hasta que me haya dicho su secreto.” Entonces ya no le roga¬ron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir.
Pero había allí un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallá¬base un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: “ ¿No te avergüenza el es¬tar tan alegre cuando va a morir nuestro ama?” Y el gallo preguntó: “¿Por qué causa va a morir?”
Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: “¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo. Cincuenta esposas tengo yo, y a todas sé manejármelas perfecta¬mente, regañando a unas y contentando a otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse. con ella! El medio es bien sencillo: basta¬ría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta que sucumbie¬ra o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas.” Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.
El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija, Schahrazada: “Acaso el rey haga contigo lo que el comerciante con su mujer.” Y Schahrazada preguntó: “¿Pero qué hizo?” Entonces el visir prosiguió de este modo:
“Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que ocababa de cortar, y llamó aparte a su esposa: “Ven a nuestro, gabinete para que te diga mi secreto.” La mujer le siguió; el comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirla varazos, hasta que ella acabó por decir: “¡Me arrepiento, me arrepiento!” Y besa¬ba las manos y los pies de su ma¬rido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces, y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los pa-rientes. Y todos vivie¬ron muy felices hasta la muerte.”
Dijo. Y cuando Schahrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insis¬tió nuevamente en su ruego: Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.” Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y mar¬chó a comunicar la nueva al rey Schahrían
Mientras tanto, Schahrazada decía a su hermana Doniazada: “Te man¬daré llamar cuando esté en el pala¬cio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pa¬sar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes.”
Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver a Schahrazada, y preguntó a su padre: “¿Es ésta lo que yo nece¬sito?” Y el visir dijo respetuosamen¬te: “Sí, lo es.”
Pero cuando el rey quiso acercar¬se a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: “¿Qué te pa-sa?” Y ella contestó: “¡Oh rey poderoso, tengo una hermanita, de la cual qui¬siera despedirme!” El rey mandó buscar-a la hermana, y vino Donia¬zada.
Después empezaron a conversar Doniazada dijo entonces a Schah¬razada: “¡Hermana, por Alah sobre ti! cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche.” Y Schahraza¬da contestó: “De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.” El rey, al oir estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schahrazada.
Y Schahrazada, aquella primera noche, empezó su relato con la his¬toria que sigue:

No hay comentarios.: