viernes, diciembre 21, 2007

El gigante egoísta

Cuento de Navidad...para niños de 1 a 99 años
(Feliz Navidad)


Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Los pájaros se apoyaban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
Los niños eran felices allí.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido a visitar su amigo el Ogro de Comish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

Furioso, el Gigante les dijo con voz retumbante:
- ¿Qué hacen aquí?
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
Y continuó el Gigante:
- Este jardín es mío. Es mí jardín propio. Todo el mundo debe entender eso, y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Enseguida, puso un cartel que decía:
"ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES"
Era un Gigante egoísta.
Los niños se quedaron sin tener donde jugar. Intentaron jugar en otros lugares, pero no les gustó. Y al pasaren cerca del jardín del Gigante, pensaban en cómo habían sido felices allí.



Cuando la primavera volvió, toda la ciudad se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta seguía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles no florecían. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra. Los únicos que allí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha que, observando que la primavera se había olvidado de aquel jardín, estaban dispuestos a quedar allí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco, y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el invierno. Y el Viento del Norte invitó a su amigo granizo, que también se unió a ellos.

Mientras tanto, el Gigante Egoísta, al asomarse a la ventana de su casa, vio que su jardín todavía estaba cubierto de gris y blanco. Y pensó:
- No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí. Espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
Los frutales decían:
- Es un gigante demasiado egoísta.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el viento del Norte, el Granizo, la Escarcha, y la Nieve bailoteaban lamentablemente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba todavía en la cama cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventada, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir, y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
- ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera - dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. Los niños habían entrado al jardín a través de una brecha del muro, y se habían trepado a los árboles, En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices que se habían cubierto de flores. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos. Era realmente un espectáculo muy bello.
Sólo era invierno en un rincón. Era el rincón más apartado del jardín, y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
- ¡Cómo he sido egoísta! - exclamó-Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños. El Gigante estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape, y en el jardín volvió a ser invierno otra vez. Sólo el niño pequeñín del rincón no escapó porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. El Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Los otros niños, cuando vieron que el Gigante no era malo, volvieron corriendo. Con ellos la primavera regresó al jardín.
Y les dijo el Gigante:
- De ahora en adelante, el jardín será vuestro.
Y tomando un hacha, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños. Estuvieron jugando allí todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
- Pero ¿dónde está el más pequeño? - Preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
- No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
- Díganle que vuelva mañana - dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía, y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero no volvieron a ver el niño pequeñito. El Gigante lo echaba de menos.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar. Pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo flores hermosas - se decía-, pero los niños son lo más hermoso de todo.
Una mañana de invierno, miró por la ventada mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…..
En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante se acercó al niño y notó que él tenía heridas de claros en las manos y en los pies. Preocupado, y a gritos, el Gigante le preguntó quién se había atrevido a hacerle daño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
- ¡No! Estas son las heridas del Amor.
- ¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? - preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
- Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

domingo, diciembre 09, 2007

La isla inhabitable

Anónimo

Una isla donde habitaban todos los sentimientos: La alegría, la tristeza y muchos más, incluyendo el amor.
Un día, se les fue avisando a los moradores, que la isla se iba a hundir.
Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir, pero el amor se quedó, porque se quería quedar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese.
Cuando por fin, estaba ya casi ahogado, el amor comenzó a pedir ayuda.
En éso venía la riqueza y el amor dijo: Riqueza, llévame contigo!, -No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti dijo la riqueza.
El le pidió ayuda a la vanidad, que también venía pasando... Vanidad, por favor ayúdame!, -No te puedo ayudar, amor, tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo!

Entonces, el amor le pidió ayuda a la tristeza: Tristeza, me dejas ir contigo? Ay amor! Estoy tan triste que prefiero ir sola...
También pasó la alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al amor llamar.
Desesperado, el amor comenzó a llorar, ahí fue cuando una voz le llamó: Ven, amor, yo te llevo. Era un viejito, y el amor estaba tan feliz que se le olvidó preguntarle su nombre.
Al llegar a tierra firme, le preguntó a la sabiduría: Sabiduría, quién era el viejito que me trajo aquí?
La sabiduría respondio: Era el tiempo.
El tiempo? Pero por qué sólo el tiempo me quiso traer?
La sabiduría respondió: Porque sólo el tiempo es capaz de ayudar y entender al amor...

domingo, diciembre 02, 2007

La felicidad

Anónimo

Se reunieron todos los dioses y decidieron crear al hombre y la mujer; planearon hacerlo a su imagen y semejanza, entonces uno de ellos dijo: Esperen, si los vamos a hacer a nuestra imagen y semejanza, van a tener un cuerpo igual al nuestro, fuerza e inteligencia igual a la nuestra, debemos pensar en algo que los diferencie de nosotros, de no ser así, estaríamos creando nuevos dioses compañeros!.
Debemos quitarles algo, pero, qué?.



Después de mucho pensar uno de ellos dijo: !Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la encuentren jamás.
Propuso el primero: Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo; a lo que inmediatamente repuso otro: No, recuerda que les dimos fuerza, alguna vez alguien subirá, y la encontrará, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está.
Luego propuso otro: Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar, y otro contestó: No, recuerda que les dimos inteligencia, alguna vez alguien construirá un tunel por el que pueda entrar y bajar, y entonces la encontrará.
Uno mas dijo: Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra, y le dijeron: ¡No!, recuerda que les dimos inteligencia, y un día alguien construirá una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la descubrirá, y entonces todos tendrán felicidad y serán iguales a nosotros.
El último de ellos, era un dios que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás dioses, analizó en silencio cada una de ellas y entonces rompió el silencio y dijo: Creo saber donde ponerla para que realmente nunca la encuentren, todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: Dónde?
La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán.
Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así, el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo.