sábado, enero 08, 2011

El congreso de los fantasmas -acto 3 y fin

(Drama en tres actos) de Gabriel García Márquez.Publicado en Obra Periodística I - Textos Costeños.


Al levantarse el telón están todos los personajes, menos John y James, en la habitación del castillo donde se desarrolló el primer acto. El decorado es el mismo y los fantasmas están sentados en el siguiente orden, de izquierda a derecha: Rebeca, Gido -hecho ya un monje completo con la calavera de Hamlet-, Patriarca, quien tiene ahora el báculo de las ceremonias.
En último término, Alba, de espaldas al público. En primer plano, reclinado sobre sus grillos y sus cadenas, Giocondo se ha quedado dormido. El reloj vecino da las tres y se oyen pasos fuertes por la entrada de, la derecha.
PATRIARCA: -Ya viene el inglés.
ALBA (sin volverse hacia el público): -Ya se oyen claros clarines.
(Las pisadas siguen agrandándose hasta llenar todo el escenario).
REBECA: -No oigo ningunos clarines. Lo que se acerca son pasos de animal grande.
GIDO: -Alabado sea Dios. ¿Qué es lo que veo?
(Por la entrada de la derecha entra una mujer que no figuraba en el reparto, montada en un enorme elefante blanco).
PATRIARCA (poniéndose en pie): -Señora, este fantasma no figura en los registros del castillo.
MUJER DEL ELEFANTE (digna): -No tengo necesidad de figurar en el registro de mis propiedades. Esto no es una notaría.
PATRIARCA: -Estamos en un congreso de fantasmas. ¿Quién es usted?
(La mujer, de un salto, desciende del elefante).
MUJER: -¡Soy la marquesa!
ALBA, GIDO, REBECA (a coro): -¿Usted?
MUJER: -Si, yo soy la marquesa y quisiera saber qué hacen ustedes en mis propiedades.
PATRIARCA (conciliatorio): -Somos un grupo de refugiados fantasmas, señora. Ignorábamos que este castillo fuera de su propiedad y...
MUJER: -Pues ya lo sabe. Este castillo me lo obsequió mi buen Boris para que tuviera algo nuevo en este miércoles.
-A1IJARCA: -Pero usted ha interrumpido un congreso trascendental. ¿Sabe lo que eso significa?
MUJER: -No lo sé ni me importa; sólo me interesa saber que hoy es miércoles y que los miércoles tengo que aparecer en esta sección porencima de todos los cadáveres.
PATRIARCA: -Cadáveres no, señora: ¡fantasmas!
MUJER: -Lo mismo da. Los fantasmas no son más que cadáveres con ciertas prerrogativas.
(Giocondo, que ha permanecido sumergido en un profundo sueño durante todo el acto, empieza a despertar y a sonar las cadenas).
GIOCONDO: -¿En dónde estoy?
MUJER: -¡Ay, qué ridículo! Eso no se pregunta desde que Greta Garbo y Mona Maris se desmayaron por última vez. ¿0 es que cree que está en el cine? (Giocondo se sienta y sigue mirando la escena, intrigado).
REBECA: -¿John? ¿Dónde está John?
MUJER: -¿Qué John? El mayordomo se llama Gaspar.
PATRIARCA (explicativo): -John, señora, es el fantasma inglés. Debía estar aquí a las tres en punto.
MUJER: -Ay, entonces debe ser el idiota ése que encontré vistiéndose de etiqueta en mis habitaciones. ¿No es uno que andaba con un tonto de chaquetilla a cuadros?
PATRIARCA: -El mismo, señora. ¿Le ha visto?
MUJER: -Claro que le he visto. ¿Acaso es invisible? ¡El muy fresco, cuando me vio entrar, me dijo que él era Boris! ¡Semejante pelmazo!
(El elefante da una vuelta completa en el escenario y se acuesta en
el primer plano, junto a Giocondo).
GIDO (con voz cavernosa): -Señora, no estamos acostumbrados a estos animales. MUJER: -Animales no: elefantes. Y blancos por más señas.
(Mirando a Alba que continúa de espaldas). ¿Y esta idiota por qué se sienta al revés?
PATRIARCA: -Es su castigo.
ABRAHAM: -Castigo no. Mi honor.
MUJER: -Bueno, arreglemos esto.
PATRIARCA (preocupado): -Bueno señora, ya que el castillo es de su propiedad ¿podría permitirnos vivir aquí? Hemos venido de Europa y...
MUJER (pensativa): Díganme una cosa, en serio: ¿ustedes son fantasmas legítimos?
PATRIARCA: -Como los mejores de la S.O.S.
ALBA: -Sólo al inglés se le ocurre discutirlo.
GIDO: -Tan legítimo soy, señora, que soy un escolástico. Recito de memoria la filosofía tomista. ¿Nos permite vivir aquí?
(La mujer avanza hacia el centro de la escena, dichosa, con el rostro iluminado). MUJER (oratoria): -Damas y caballeros: este castillo no es digno de fantasmas como ustedes. Una mujer como yo, merece tener en su casa la más completa colección de fantasmas. Vengan ustedes a vivir en mi residencia y tendrán todo lo que necesiten.
GIOCONDO: -¿Hasta una navaja de afeitar?
MUJER (a Giocondo): -Las trescientas navajas de Boris y, además, a otra parte, pero Precisamente a la parte por donde tenían que pasar los transeúntes pacíficos. Ahora la cosa cambió de sexo y toda la ciudad tiene que sobrellevar el peso de una letra obstinada, sólo porque en determinada parte del mundo, determinada mujer se burló de determinado idiota y éste se consideró en la obligación de decírselo a todo el que esté en capacidad de oírlo. Quienes vieron la película -y éste es otro asunto, que los mexicanos sólo esperan que aparezca un bolero para hacerle su correspondiente parodia cinematográfica- podrán comprender mejor el rincón de idiotez de donde salió este castigo con ritmo de bolero que se titula «Hipócrita». Siempre me he manifestado hostil a los poetas sentimentales a quienes, si la novia los mira mal o amanece, como es natural, con un pasajero trastorno digestivo ya los portarías de ocasión se sienten obligados para con la posteridad, colocan a un lado la gaveta de los adjetivos y del otro la de los sustantivos, verbos, adverbios y conjunciones y armados de una cinta métrica, se sientan, tranquilamente, a decirle al mundo que la novia les partió el corazón. ¡Como si el corazón tuviera la culpa de que los caballeros del verso fueron unos idiotas de solemnidad! Pero ahora creo que los fabricantes de boleros tienen un mayor grado de peligrosidad, cosa que, por otra parte, no debe pasar inadvertido a los redactores del código penal. Sin ningún rodeo opino que al autor de «Hipócrita» -por lo pronto- debe seguírsele juicio criminal. El es -v nada más que él- quien subvierte el orden público en cada cuadra y ha logrado dar, sin el apoyo de la clandestinidad, sino abiertamente, un golpe de estado contra la paciencia colectiva. Tal vez la dama de sus sueños -a quien él mismo define con palabras que nosotros no ponemos en duda: hipócrita, perversa- lo emponzoñó «con su savia fatal» y se le enredó como «yedra del mal», pero eso no es culpa de los varios millones de ciudadanos que pagan puntualmente sus impuestos sobre las rentas y hasta sirven
a su religión con algo que puede ser un rastro de los diezmos y primicias. Lo más grave de todo es que el autor del benemérito bolero dice, en uno de sus apartes: «y como no me quieras, me voy a morir». ¿Murió acaso? Estoy seguro de que continúa físicamente vivo, como musicalmente muerto está desde el día en que se le ocurrió la martirizante piececilla.
Es necesario que le pongamos fin -como tengo que ponérselo yo a esta nota, muy a mi pesar- a ese dolor de cabeza público que a todos nos preocupa. Y que le pongamos fin, así tengamos que sobornar a todos los borrachos sentimentales del mundo.
Fin

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