viernes, abril 01, 2005

Nahuel y el condor

By Lucre Arrías

El cóndor estaba sobre una roca. Mirando con sus alas plegadas el gran valle iluminado, cuando Nahuel lo encontró. El ave se dio cuenta que era él, pero siguió en su posición. Detrás del niño, llegó su abuelo, deteniéndose a su espalda. Apoyando su mano en el hombro, la apretó y dijo:
- Debes tomar una decisión si le quieres de verdad.
- Sí abuelo, le quiero. Sabes que su espíritu está conmigo desde que nací y más con todo lo sucedido, es como si fuéramos uno.
- Entonces debes actuar, Nahuel. Si le retienes, morirá. Ama demasiado su libertad como para estar así. Él, dentro de lo que es, también te quiere, te respeta por haberle cuidado y protegido cuando estaba indefenso, no hará nada que tu no quieras, tú decides, si le dejas libre o le retienes matando su espíritu poco a poco.
Nahuel no pudo contener las lágrimas, sabía lo que tenía que hacer, pero le dolía
demasiado. No podía articular palabra.
Su abuelo volvió a apretar su hombro, como signo de fortaleza ante la decisión tan dura y se marchó dejándolos solos.El silencio que envolvía la tarde era especial.
Nahuel se sentó sobre una roca y comenzó a recordar como había encontrado al cóndor.
Una tarde de tormenta, cuando pasaba las vacaciones con su abuelo en el valle. Él vivía en una gran ciudad, pero sus raíces eran indígenas del sur. Había crecido como todos los niños de las grandes urbes, pero aprendió las costumbres del pueblo de su padre y con ellas a respetar al cóndor. El ave era considerada por éstos como el guardián de las montañas y su espíritu encerraba la armonía de las grandes cumbres. Cuando el niño nació, un cóndor surcó en ese mismo instante la casa donde le alumbró su madre. Por esto, todos decían que el espíritu del ave se había posado sobre Nahuel.Esa tarde, cuando encontró al cóndor, éste estaba herido por unos cazadores furtivos.

No comprendía cómo había gente que se divertía matando a estas aves si estaban en
extinción. Necesitó la ayuda de su abuelo para llevarlo a donde lo pudiera cuidar. Y así lo hizo durante más de un mes.
Cuando el ave estuvo bien, sucedió una cosa curiosa: no se fue. Se quedó junto a Nahuel hasta ya casi terminado el verano.
El niño se había ocupado del ave en todo. Pero debía volver a la ciudad y el ave a sus montañas. El sol comenzaba a ponerse, sólo se escuchaba el latir de los dos corazones y un sollozo que se iba apagando poco a poco. En eso, decidido, tomando fuerzas, dijo:
- Vete gran ave, te quiero demasiado como para tenerte en cautividad, para que tu
espíritu sufra y muera de apoco. ¡Vamos! ¡Vete ya! Y alzó la mano como signo de que
partiera.
El ave dirigió su mirada a Nahuel, volvió a ponerse frente al sol. Abrió sus alas dejándose caer por el precipicio. Por un instante, el niño se asustó. Porque pensó que se había matado. Sabía que el cóndor, cuando se siente amenazado o enfermo, prefiere morir a seguir cautivo o siendo una carga. Y corrió al borde de la montaña. En eso, el cóndor, subió con sus alas desplegadas por las corrientes de aire, planeando en dirección al sol, pasando el borde de una por la cabeza de Nahuel, como diciendo adiós.El niño sonrío.
La noche se hizo cerrada y todavía estaba mirando por dónde había partido.
Al volver a su casa, encontró a su abuelo junto a la chimenea fumando su pipa, se sentó a su lado sin mediar palabra.
- ¿Qué has hecho? Preguntó su abuelo.
- Lo que debía, dejarlo ir. Pero ¿sabes? Siempre estará conmigo porque parte de su
espíritu ahora está más en mi corazón, seremos uno siempre. Y yo estaré con él porque parte de mis esperanzas y sueños se fueron con él.
El abuelo siguió fumando y acarició la cabeza del niño que, de repente, se había hecho hombre, tomando una decisión así. Y sonrio.

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