domingo, octubre 25, 2009

Epopeya de la piedra

Por Italo Calvino

Los tejidos metálicos y los andamios de tablas que desde hace algún tiempo envuelven varios monumentos romanos, ofrecen en el caso de la Columna Trajana una posibilidad única, una ocasión que quizá sea la primera vez que se presenta a lo largo de los diecinueve siglos transcurridos desde que se erigió la columna: los bajorrelieves pueden contemplarse de cerca.
Contemplarse tal vez in extremis, porque el mármol de la superficie esculpida se va convirtiendo en yeso, soluble en agua, y la lluvia se lo estaba llevando. La Superintendencia de las Antigüedades precisamente con el andamiaje trata de proteger esta película ya friable, esperando que se halle un sistema para fijarla; sistema que aún no se sabe si existe. Será culpa del smog, de las vibraciones o de la muela del tiempo que milenio tras milenio logra reducirlo todo a polvo, el hecho es que la presunta eternidad de los restos romanos ha llegado quizá al crepúsculo y nos tocará a nosotros ser los testigos de su fin.
Al saber esto me apresuré a subir a los andamios de la columna Trajana, por cierto que el más extraordinario monumento que la antigüedad romana nos ha dejado e incluso el menos conocido, no obstante lo hayamos tenido siempre ante los ojos. Porque lo que le da a la columna su carácter excepcional no son solamente sus cuarenta metros de altura sino su "narratividad" figurativa (hecha de detalles minuciosos de gran belleza), que demanda una "lectura" continuada de la espiral de bajorrelieves de doscientos metros de largo que narra las dos guerras de Trajano en Dacia (101-102 y 105 d.C.). Me acompañó Salvatore Settis, profesor de arqueología clásica de la Universidad de Pisa, a quien se debe la idea de un filme de mármol realizado por la RAI TV. La mitad del filme (con puesta en escena de Pier Paolo Ruggeroni y texto de Settis) ya ha sido efectuada y continuará a medida que el andamiaje siga subiendo (ahora alcanza más o menos a la mitad de la columna).



El relato comienzo representando la situación inmediatamente anterior a la iniciación de la campaña, cuando los confines del Imperio estaban todavía en el Danubio. La tira narrativa se abre (primero muy baja y luego levantándose paulatinamente) con el paisaje de una ciudad romana fortificada sobre el río, las murallas, la torre de guardia, los dispositivos para las señales ópticas en caso de incursión de los dacios: pilas de leña para los fuegos, montones de heno para las columnas de humo. Todo estos elementos que deben crear un efecto de alarma, de expectativa, de peligro, como en un western de John Ford.
De tal modo se dan las premisas para la escena siguiente: los romanos que atraviesan el Danubio sobre pontones para alcanzar la orilla opuesta: ¿quién puede dudar de la necesidad de reforzar aquella frontera tan expuesta a los ataques de los bárbaros estableciendo puestos de vanguardia en sus territorios? Las filas de los soldados avanzan sobre los puentes, con las enseñas de las legiones a la cabeza. Las figuras evocan el sonido metálico de la tropa en marcha, con los casquetes que penden ligados a los hombros, y valijas y cazuelas colgadas de las pértigas.
El protagonista del relato es naturalmente el emperador Trajano en persona, representado sesenta veces en estos bajorrelieves; puede decirse que cada episodio está signado, por la reaparición de su imagen. ¿Pero cómo se distingue el emperador de los demás personajes? Ni el aspecto físico ni el atuendo presentan signos distintivos; es la posición en relación con los otros lo que lo señala sin sombra de duda. Si hay tres figuras con toga, Trajano es la del medio; en efecto, los que lo acompañan a cada lado miran hacia él y es él quien se manifiesta; si hay una fila de personas, Trajano es el primero: o bien adopta la actitud de quien exhorta a la multitud o acepta la sumisión de los vencidos. Se encuentra siempre en el punto en que convergen las miradas de los demás personajes y sus manos se alzan en gestos significativos. Aquí, por ejemplo, se lo ve ordenar una fortificación indicando al legionario que surge de una fosa (¿o de la corriente del río?) llevando sobre los hombros una cesta con tierra de las excavaciones de los cimientos. Más allá está retratado sobre el fondo del campamento romano (en medio se alza la tienda imperial), mientras los soldados empujan hasta su presencia a un prisionero sosteniéndolo por la cabelleras (los dacios se distinguen por el pelo largo y las barbas) y con un rodillazo (casi una zancadilla) lo obligan a hincarse a sus pies.
Todo es muy preciso: los legionarios se distinguen por la loriga "segmentada" (una coraza con tiras horizontales) y como efectuaban también tareas de ingenieros, lo vemos levantar muros de piedra o abatir árboles sin sacarse la loriga, detalle poco verosímil pero que sirve para hacer comprender quiénes son; los auxilia, de armamento más ligero, a menudo representados a caballo llevan jubón de cuero. Luego están los mercenarios pertenecientes a poblaciones avasalladas, con el torso desnudo, armados de clava, con rasgos que indican su procedencia exótica, incluso moros de Mauritania. Todos los soldados esculpidos en los bajorrelieves, miles y miles, han sido catalogados con precisión, pues la Columna Trajana ha sido estudiada hasta ahora sobre todo Como documento de historia militar. Más insegura es la clasificación de los árboles, representados en forma simplificada y casi ideogramática, pero reagrupables en un restringido número de especies bien definidas: hay un tipo de árbol de hojas ovaladas y otro con frondas como penachos: luego encinas, de hoja inconfundible, y creo reconocer también un higo que sobresale de un muro. Los árboles son el elemento paisajístico más frecuente; y a menudo se los ve caer bajo las hachas de los leñadores romanos, para proveer de vigas a las fortificaciones, pero también para dar lugar a las rutas: la avanzada romana se abre camino en la selva primigenia así como el relato esculpido se abre camino en el bloque de mármol.
Aun cada batalla se distingue de la otra, como en los grandes poemas épicos. El escultor las fija sintéticamente en el momento decisivo, compaginándolas según una sintaxis visual de neta evidencia y gran elegancia y nobleza formal: abajo los caídos como un friso de cuerpos derribados en el borde de la tira; en posición dominante, el movimiento de los batallones que se topan con los vencedores; más arriba el Emperador y, en el cielo, una aparición divina . Y como en los poemas épicos, nunca falta un detalle macabro o truculento: un romano que sostiene con los dientes la cabeza cortada de un dacio, pendiente de la larga cabellera: y otras cabezas segadas, presentadas a Trajano.
Se diría que cada batalla se distingue también por un motivo de estilización geométrica siempre distinto: por ejemplo, aquí vemos a todos los romanos con el antebrazo derecho alzado en ángulo recto en la misma dirección, en la actitud de arrojar un venablo; e inmediatamente arriba está Júpiter, volando en la vela de su manto, con la diestra levantada en idéntico gesto, blandiendo un rayo dorado que ha desaparecido (los bajorrelieves hay que imaginárselos coloreados como era originalmente), signo indudable de que el favor de los dioses está de parte de los romanos.
La derrota de los dacios no carece de compostura, y aun en la angustia mantiene una dignidad doliente; fuera de la refriega, dos soldados dacios transportan a un compañero herido o muerto; es uno de los pasajes más bellos de la Columna Trajana y acaso de toda la escultura romana, y fue por cierto la fuente de muchas Deposiciones cristianas. Un poco más arriba, entre los árboles de un bosque, el rey Decebalo contempla con tristeza la derrota de los suyos.
En la escena siguiente un romano pega fuego con una antorcha a una ciudad dacia. Es Trajano en persona quien detrás de él se lo ordena. De las ventanas salen lenguas de fuego (imaginémoslas pintadas de colorado) y los dacios emprenden la fuga. Ya estamos por juzgar despiadada la conducta bélica de los romanos cuando, observando mejor, vemos sobresalir de las murallas de la ciudad dacia palos con cabezas ensartadas. Entonces nos inclinamos a condenar a los dacios crueles y a justificar la venganza de Roma: el director de escena de los bajorrelieves sabía administrar bien los efectos emotivos de las imágenes según su estrategia celebrativa.
Luego Trajano recibe una embajada enemiga. Pero ya hemos aprendido a distinguir, entre los dacios, a los que llevan el "pilleus" (gorrito redondo) que son los nobles, y aquellos que llevan al aire el largo pelo, es decir, la gente común. Pues bien, la embajada está compuesta de melenudos; por esto Trajano no la acepta (el gesto con tres dedos es un signo de rechazo); por cierto que él exige contactos de más alto nivel (que no tardarán en llegar, después de otras derrotas de los dacios).
Aparición insólita, en esta historia totalmente masculina como tantos filmes de guerra, es una joven mujer de aspecto desolado en una nave que se aleja de un puerto. Una muchedumbre la saluda desde el muelle y una mujer extiende un niño hacia la que parte, un hijito del cual la madre está obligada a separarse .Está también el infaltable Trajano, que asiste a este adiós. Las fuentes históricas aclaran el significado de la escena: ella es la hermana del rey Decebalo, enviada a Roma como prenda de guerra. El emperador alza una mano para saludar a la bella prisionera, y con la otra señala al niño: ¿para recordarle que tiene al pequeño como rehén o para prometerle que lo hará educar romanamente para hacer de él un rey sometido al imperio? De todos modos, la escena tiene un pathos misterioso, acentuado por el hecho de que en la misma secuencia, no se sabe por qué, acabamos de asistir a un saqueo de ganado, con figuras de corderos muertos.
(Figuras femeninas comparecen también en una de las escenas más crueles de la columna: mujeres como poseídas por la cólera están torturando a hombres desnudos: romanos, se diría, dado que tienen el pelo corto; pero el sentido de la escena es oscuro.)
La separación de las secuencias la marca un elemento vertical, por ejemplo, un árbol. Pero a veces hay también un motivo que continúa más allá de ese límite, de un episodio a otro; por ejemplo, las olas del mar sobre las cuales parte la princesa prisionera se convierten en la corriente del río que en la escena siguiente arrastra a los dacios después de un vano asalto a una plaza fuerte romana.
Junto a la continuidad horizontal (o mejor oblicua, dado que se trata de una espiral que envuelve la columna) se advierten motivos que se relacionan en sentido vertical de una escena a otra a lo alto de la columna. Por ejemplo, con los dacios combaten los roxolanos, caballeros que llevan el cuerpo enteramente cubierto por una armadura de escamas de bronce, con caballos también cubiertos de escamas; su vistosa presencia, como un anuncio de la imagerie medieval, domina en una batalla en el río; pero en la escena de otra batalla que ocurre inmediatamente sobre ésta vemos muerto a otro de estos seres escamosos, alargado como una especie de hombre-pez u hombre-reptil. Más adelante, el movimiento de una batalla lo da una formación de escudos ovalados que avanzan en línea diagonal; en la porción de columna que está más arriba vemos repetirse una serie de escudos del mismo tipo, pero esta vez dispuestos en forma horizontal, arrojados al suelo por los enemigos que se han rendido en otra batalla.
La espiral gira y sigue, al mismo tiempo, según el desarrollo de la historia en el tiempo y el itinerario en el espacio, por lo cual el relato no vuelve nunca a los mismos lugares: Aquí Trajano se embarca en un puerto, allá desembarca y se pone en camino para perseguir al enemigo; he aquí una fortaleza tomada por asalto con las "tortugas" y más allá la artillería de campo que entra en escena: "carrobalistae" o sea catapultas montadas sobre carros. Por todas partes se recuerdan los muertos y los heridos de ambos bandos y las curaciones médicas, por las cuales el ejército de Trajano se hizo famoso. Es evidente la atención a no restar importancia a las contribuciones de ningún cuerpo del ejército romano: si se presenta, un herido legionario, se le pone al lado otro herido perteneciente a los "auxilia".
Después de la batalla final de la primera campaña dacia, se ve a Trajano recibir la súplica, de los vencidos, uno de los cuales le abraza las rodillas. Incluso el rey Decebalo está entre los suplicantes, más distante y digno. Una Victoria alada separa el final del relato de la primera campaña del comienzo de la segunda, con Trajano que se embarca en el puerto de Ancona. Pero aquí, por ahora, terminan los andamios y no he podido ver cómo va a terminar. Les contaré la continuación de la historia apenas pueda enterarme personalmente.
Queda por hablar del gran misterio de este monumento: una columna tan alta toda cubierta de escenas minuciosamente esculpidas que no se pueden ver desde abajo. Es verdad que en el siglo I d.C. se levantaban alrededor altos edificios ya desaparecidos, desde, cuyas azoteas se podía apreciar la columna; pero la distancia desde la cual estos observadores debían contemplarla no era suficiente para permitir una "lectura" de los detalles, y de todos modos era imposible seguir la continuidad del relato a lo largo de la espiral. (Con andamiaje quizá no muy distinto de éste subieron para efectuar dibujos y calcos los arqueólogos enviados por soberanos de Europa: Francisco I, Luis XIV, Napoleón III, la reina Victoria. Más intrépidamente, Ranucio Bianchi Bandincili se hizo izar con una escalera de bomberos. De este modo, por el resultado de estas exploraciones realizadas a lo largo de los siglos, si bien incompletas y discontinuas, la Columna Trajana se ha conocido hasta hoy.)
No sólo el destinatario de este elaborado mensaje visual permanece en el misterio. Nada se sabe siquiera del sistema con él cual se izaron uno sobre otro los "rollos" (o bloques de mármol cilíndricos y huecos, con una escalera de caracol en el centro) que forman el fuste. Y no se sabe si los "rollos" fueron esculpidos en tierra, uno a uno, o después de haber sido alzados.
Además hay otros misterios: cómo las cenizas de Trajano y de la mujer se depositaron en la base de la columna si una ley inderogable de los romanos prohibía sepultar a los muertos en la cerca del "pomerio", el terreno adyacente a los muros de la ciudad. (No eran sus verdaderas cenizas las recogido en una urna de oro, pero era como si lo fuesen: Trajano, muerto en Selinuente y allí incinerado, fue sustituido para su triunfo en Roma por un maniquí de cera y luego quemado con los honores debidos a un emperador destinado a ascender al cielo.)
En cambio los grandes intereses que comportaban las conquistas romanas del Mar Negro (La Dacia era rica, entre otras cosas, en minas de oro) explican exhaustivamente la grandiosidad del culto de Trajano (las fiestas de las celebraciones duraron 180 días; el donativo que tocó a cada ciudadano fue el más alto que se recuerda) y el conjunto de monumentos gigantescos construidos alrededor de la tumba y el templo del emperador. Para nosotros esta epopeya de piedra ha sido hasta hoy una de las mas amplias y perfectas narraciones figurativas que se conocen.

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