Del Li Tse, obra de Li Yu-kué
(año 500 a. C.)
Las montañas Taijang y Wuangú forman un macizo de unos dos mil metros de altura.
En su vertiente norte vivía un campesino de casi 90 años, conocido con el apodo de Viejo Tonto.
Su casa se encontraba frente a la montaña, y cuando salía a otro lugar se veía obligado a dar grandes vuel¬tas que le causaban muchas molestias.
Un día reunió a toda su familia y dijo:
–Estas montañas nos cortan el camino y dificultan nues¬tras idas y venidas. Entonces todos juntos trataremos de sacarlas del medio. De este modo haremos un camino bien derecho y no tendremos que dar tantas vueltas para ir a la ciudad.
Todos aprobaron. Solamente su vieja mujer expresó du¬das:
–Me gustaría saber cómo vas a arreglártelas. Creo que si ya te faltan las fuerzas para aplanar un simple montículo de tierra, te resultará imposible terminar con estas altas montañas. También pregunto: ¿Dónde meterán tantas pie¬dras?
Le respondieron:
–Las echaremos al mar.
Al día siguiente el Viejo Tonto con sus hijos y nietos partieron con balancines y canastos y comenzaron a traba¬jar duro, cavando la tierra y llevando las piedras hasta el mar.
Una viuda de la vecindad tenía un hijo de siete a ocho años y también él fue de la partida.
A orillas del Río Amarillo vivía un anciano con fama de inteligente, a quien llamaban Viejo Sabio, y que se reía de los esfuerzos del Viejo Tonto.
Un día le dijo:
–¡No hay derecho de ser tan tonto! Viejo como eres, apenas tienes fuerzas para arrancar las hierbas del suelo. ¿Cómo se te ocurre entonces remover tanta tierra y piedras con la pretensión de echar abajo las montañas?
El Viejo Tonto detuvo su trabajo, lanzó un profundo suspiro y respondió:
–¡Realmente eres un simple de espíritu! Tu cabeza vale menos que la del hijo de mi vecina, que siendo un niño com¬prende nuestro trabajo y nos ayuda. Es cierto que ya soy viejo y no me quedan muchos años de vida, pero después de mi muerte quedará mi hijo, a quien sucederá mi nieto, quien a su vez tendrá también un hijo y un nieto. Durante todo ese tiempo las montañas no habrán crecido siquiera una pulgada, entonces, ¿por qué no vamos a terminar el trabajo de trasladar la montaña?
El Viejo Sabio no pudo contestar nada al Viejo Tonto.
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