Por Victor del Val
En mi casa vivíamos yo, mi perro y un fantasma. El perro es (o era) pequeño, blanco con manchas marrones, patizambo y de raza indefinida, tirando a fox terrier. En cuanto al fantasma, no sé qué catadura tiene (o tenía) porque nunca lo ví. El que lo veía era el perro. Se habían hecho amigos y al anochecer jugaban en el patio a quitarse una vieja pelota de trapo. La vez que intenté participar en el juego, el perro se negó totalmente a colaborar y hasta llegó a mostrarme los dientes. Pienso que el fantasma hizo lo mismo, pero no puedo asegurarlo. Lo cierto es que lo habitual del hecho terminó convirtiéndolo en rutina y la extraña convivencia se desarrolló sobre rieles por varios meses.
El perro engordaba, el fantasma fantasmeaba sin molestar y yo me cuidaba de no rezar ni encender velas ante las estampitas de los santos para no causarle inconvenientes a la invisible presencia. Pero un día (mejor dicho, un anochecer) mi perro desapareció y, obrando con perfecta camaradería, el fantasma también. Me gustaría recobrarlos, porque los extraño mucho. Pagaré una recompensa a quien sepa brindarme datos sobre sus paraderos.
1 comentario:
Good blog.
Portugal
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